Duggan se hunde en el barro… y en el olvido

Basta con que lluevan apenas 30 milímetros para que Duggan quede aislado e inmovilizado. Calles intransitables, accesos a viviendas bajo agua, barro que se acumula no solo en las esquinas sino también en el ánimo de una comunidad que ya no espera respuestas. Porque no llegan.
Lo que sucede en Duggan no es una sorpresa. Es una postal repetida, que se agudiza con cada tormenta y se prolonga con el silencio oficial. No hay mantenimiento preventivo, no hay intervención inmediata, no hay plan. Lo que hay —y cada vez menos— es paciencia.
La figura del delegado local -Facundo Cimolai- parece diluirse entre promesas y buena voluntad. Pero con eso no alcanza. La gestión no puede descansar en el esfuerzo aislado de un funcionario sin recursos ni herramientas. La ausencia de combustible, materiales y planificación no solo agrava el problema: deslegitima toda forma de representación. Si no se puede gestionar, ¿para qué asumir cargos?
La situación va más allá de las calles destruidas. El deterioro cotidiano es evidente: no hay veredas, no se ven tareas de mantenimiento, no hay una inversión que devuelva dignidad al espacio público. El vínculo entre la comunidad y el gobierno municipal se erosiona a fuerza de desinterés, y el reclamo pierde fuerza porque ya no se escucha. Lo que antes era enojo, hoy es resignación.
Y eso duele aún más en una localidad que, históricamente, acompañó con lealtad política a la gestión actual. Solo un dato para recordar puesto que la calidad de vida de los vecinos no debería tener o depender de banderas partidarias. Duggan no es un territorio adverso. Es un pueblo arequero que apostó por Ratto, y sin embargo, parece no formar parte del mapa de prioridades.

Quizás sea hora de que el municipio impulse una mesa de coordinación territorial, donde se escuchen a todas las localidades, se planifique con criterios de equidad y se responda con acciones, no con discursos. Porque lo que se necesita no es una promesa más: es una decisión de gobernar con el oído en el barro, sí, pero también con los pies en el pueblo.
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