Duggan: el pozo, la basura y la espera eterna
por Jimena Ruiz
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- Al ojo humano: 3 minutos y medio (si no se traba en los pozos)
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Con IA: todavía está pensando dónde empieza la obra.
Hace ya mucho tiempo, en tono de broma pero con una cuota de verdad, el intendente Francisco Ratto le dijo al director de esta productora, Daniel Bosco, que lo nombraría “supervisor de las obras en Duggan”.
Era una manera simpática de prometer que todo iba a hacerse en tiempo y forma.
La frase, que en su momento provocó risas, hoy suena más a ironía que a chiste: las calles de Duggan siguen sin arreglarse, la basura se acumula, y los vecinos alternan entre el enojo, la tristeza y la resignación.
Es cierto que el clima no ayuda. El intendente volvió a hablar del Niño, de las lluvias y de los imprevistos meteorológicos. Según dijo, “las obras se planifican, pero el tiempo no siempre acompaña”.
Sin embargo, ya vamos por la segunda gestión de Ratto y la paciencia de los vecinos se hunde más rápido que las calles.
Los reclamos se repiten: caminos intransitables, calles que nunca se terminan y un basural a cielo abierto que se volvió parte del paisaje.
La tranquera que antes debía permanecer cerrada está abierta de par en par; el cartel de advertencia se rompió y ya nadie lo lee. La gente entra igual, tira lo que sea, y el abandono se multiplica.
“Es triste, pero es así… la desidia es total y hablar con el delegado es perder el tiempo”, opinan vecinos. Y lo que puede sonar gracioso -pero es preocupante- es que los propios vecinos, cansados de esperar, empezaron a reclamarle directamente a Daniel Bosco.
Sí, al mismo a quien el intendente había nombrado en broma -o como garantía simbólica de gestión- “supervisor de las obras”.
Le piden que intervenga, que publique fotos, que haga visible lo que pasa. Y así sucede porque Bosco tomó la supervisión muy en serio.

Es importante señalar que Francisco Ratto llegó a las elecciones de octubre con un respaldo contundente. Obtuvo un triunfo absoluto que ratificó su liderazgo local y el electorado le dio un nuevo voto de confianza. Ese apoyo, leído en clave política, fue también una prórroga metafórica: la oportunidad de demostrar que esta vez sí habrá continuidad, gestión y resultados visibles en cada rincón del distrito. Pero en Duggan, donde las promesas se miden en metros de tosca y pozos sin tapar, la paciencia se agota.

En medio del hartazgo, un vecino decidió canalizar su bronca con creatividad.
Y escribió un cuento.
Lo compartimos completo porque dice -con poesía, ironía y verdad- lo que a veces cuesta gritar:
“Había una vez un pozo chiquito”

Había una vez un pozo chiquito, casi invisible, en una calle de tierra del pueblo de Duggan.
No medía más que un mate dado vuelta, pero tenía sueños grandes.
Lo vi nacer una mañana después de la lluvia, tímido, apenas una marca en el camino.
Creció y se hizo un poco más grande.
Le avisé al delegado, vino a verlo.
“Es chico”, dijo, “pero no tengo presupuesto, ni máquina para arreglarlo”.
Y se fue, despacio, como quien sabe que no va a volver pronto.
Le propuse que consiguiera el material, que yo lo arreglaba, como hice durante los últimos cinco años.
Pero no hubo respuesta, solo el silencio largo del que escucha sin querer oír.
Mientras tanto, el pueblo seguía quejándose del estado de las calles.
Promesas iban, promesas venían.
Hasta que llegó la magia de las elecciones.
De golpe aparecieron máquinas, camiones, montañas de tosca y de ilusión.
Algunas calles se arreglaron, bien o mal, pero se movió algo.
Era como ver al pueblo despertar de una siesta larga.
Duró poco.
El triunfo pasó, el poder volvió a dormir, y las máquinas se fueron dejando tres montañas de material, inmóviles, mirando hacia el campo, como tres testigos mudos de lo que pudo ser.
Y mi pozo… mi pozo siguió creciendo.
Se alimentó de lluvias, del paso de los autos, del cansancio de las otras calles.
Hoy ya no es un pozo: es un vecino más.
Se aquerenció, se adueñó de la cuadra.
Yo ya no intento pelearle. Lo saludo cada mañana y lo esquivo con respeto.
A veces pienso que es como un hijo: lo vi nacer, crecer, y ahora toma sus propias decisiones.
Dicen que los pueblos chicos no cambian nunca.
Yo no sé si será cierto, pero en mi calle, lo único que crece, es el pozo.
La Niña salvadora
Lo cierto es que en dos gestiones, todo parece tener la misma explicación: el Niño.
Pero el intendente ya anticipó que “la Niña va a salvar a Duggan”.
Y así quedó dicho: que sea ella quien nos rescate.
Aunque, si la historia se repite, cuando llegue la sequía, también le van a pedir que se calme y deje venir el agua.
Porque en Duggan, entre el barro y el polvo, lo único que parece constante es la espera.
Las imagenes que duelen

















