Queremos un 2026 a puro pueblo: La Furia que Areco se merece no puede desaparecer

Por Camila Pannunzio

Tiempo de lectura: 3 min

(Si la política no acompaña salvo con condiciones, no es ayuda: es oportunismo)

La Furia, tal como la vivimos hoy, no nace como una fiesta multitudinaria ni como un evento pensado para trascender. Nace de algo mucho más sencillo y, por eso mismo, más fuerte: un pequeño grupo de personas unidas por la música, por esa capacidad que tiene la música de volver familia a quienes aman lo mismo. Yo veo ese origen como una reunión íntima, espontánea, casi casual. Una cuadra, doscientas personas, un deseo compartido de empezar el año sintiéndonos parte de algo.

Nicolás Zaldívar, Gero Scarano, Maxi Lossaso, Ivan Zeballos, Ramiro Reguero, Rolo Alesi, Vane Gómez, Tomás Green, Felipe Miranda, Isa Maiola y Miguel “Furlo” Furlino, Teo Peralta

Y lo que me impresiona es cómo esa chispa inicial crece. Crece de un verano al otro, sin empujones, sin estrategia, solo porque la gente lo elige. Lo que un año convoca a doscientas personas, al siguiente reúne mil. Después mil quinientas. Y ahora, cuando miro hacia atrás desde la última despedida del 2025, veo una multitud de cuatro, cinco, seis mil personas que se encuentran en el mismo lugar por la misma razón: familias, vecinos, amigos que esperan esta noche como se espera una costumbre querida.

Todo avanza al ritmo de quienes vienen. Al principio se hace con lo que hay. Pero cuando la celebración empieza a desbordar esa simpleza, aparecen nuevas necesidades: mejor sonido, una estructura más firme, luces, banderines, baños químicos, seguridad. Y ahí también aparece el pueblo, siempre. Colabora, presta, acerca lo que puede. Yo lo veo y lo siento: la Furia sigue siendo posible porque la sostiene la comunidad, porque mantiene intacta esa esencia que no responde a intereses ocultos ni a apropiaciones ajenas. Es de quienes vienen y de quienes la cuidan.

Claro que este crecimiento trae un desafío que hoy siento muy presente: para sostener una celebración tan grande hace falta dinero. Mucho. Y, aunque alguna vez la ayuda política asoma, siempre viene con condiciones que no encajan con este espíritu. Y ahí entiendo por qué la Furia funciona: porque es transparente, genuina, autogestiva; porque sigue siendo lo que fue desde el principio, incluso cuando ya no cabe en una sola cuadra.

Hoy, mientras pienso en la despedida del 2026, sé que las cuentas pesan. Se necesitan fondos, estructura, seguridad. Pero también sé que si se apela al corazón de la gente -a la amistad, al afecto, al deseo de compartir- La Furia vuelve a encontrar su forma. Lo veo en cada abrazo del 31, en cada familia que llega con su reposera, en cada grupo de amigos que se busca en la multitud.

Tengo la certeza de que, si el pueblo quiere, la Furia vuelve a encenderse. Y que el próximo año también lo vamos a recibir como siempre: a puro pueblo, a pura cumbia, a pura comunidad.

Lo veo aparecer en mis redes una mañana cualquiera. La imagen se repite, se comparte, viaja de estado en estado como si el pueblo entero necesitara avisarse lo mismo al mismo tiempo. La placa negra, la foto del grupo arriba, y ese mensaje que ya todos leímos pero que igual vuelve, insiste, se clava.
Yo también la había visto cuando se viralizó, pero necesitaba hacer silencio antes de escribir, dejar que la noticia se acomode, que me atraviese. Porque esto no es una publicación más: es un quiebre en una historia que parecía avanzar sola, siempre hacia adelante.

La abro de nuevo. La leo de nuevo. Y me detengo en cada línea.

“Este fin de año no podremos organizar la fiesta.”

Ahí está. Esa frase que parte en dos una tradición de catorce años.
Catorce años de autogestión, de trabajo invisible, de poner el cuerpo y, muchas veces, el propio bolsillo. Catorce años sosteniendo algo que nació pequeño y hoy convoca a miles.
La publicación sigue: los costos crecieron demasiado, no hay fondos suficientes, y -lo más honesto- el pueblo no debería seguir cargando con una responsabilidad económica que se volvió enorme.

Cierro la placa y siento que lo que está en juego no es solo una fiesta.
Es la continuidad de una historia colectiva, un ritual que Areco adoptó como propio.
Y por eso empiezo esta crónica: porque entiendo que, cuando un pueblo pierde un espacio así, algo adentro también se reacomoda, algo se pone en duda, algo reclama ser contado.

Felipe Miranda, “uno de los que parió esta banda”  me habla con una sinceridad que pesa. “La cuestión es netamente económica”, dice. La fiesta que vienen autogestionando hace 14 años creció “de manera exponencial”, y con ella crecieron los costos: seguridad, baños, escenario, luces, seguros, todo. Este año hicieron un estimado “entre 3 y 4 millones de pesos” y, así como está el país, “lo vemos imposible, imposible de costearlo”. Me cuenta que otras veces llegaron “con el último suspiro”, incluso haciendo colectas, pero ahora sienten que sería abusar de la gente. “No queremos salir a pedir plata otra vez. Ya lo hicieron dos o tres años y sentimos como un abuso.”

También está la esencia: La Furia nació familiar y quiere seguir siéndolo. Para ellos es central que nadie quede afuera por no poder pagar una entrada. Me lo dice con claridad: muchas familias no pueden acceder a una fiesta privada y esa es precisamente la razón de ser de esta celebración, esa postal de reposeras, lo que sobró de la cena y la música para arrancar el año contentos. “Hay una necesidad de juntarse y pasarla bien”, repite.

Felipe aclara además que siempre evitaron politizar la fiesta. Nunca fueron organizados por el municipio y cada vez que intentaron pedir ayuda -a esta gestión y a las anteriores- les ofrecían colaboración condicionada a hacer política partidaria. “No nos interesa la política partidaria”, resume. La banda siempre bancó todo “a pulmón”, con lo que juntaban tocando durante el año, pero esta vez ni siquiera hubo suficientes fechas para armar ese fondo.

Me quedo pensando en eso que Feli deja caer casi sin querer: que cuando pidieron ayuda a las gestiones municipales siempre apareció alguna condición, algún “pero”, algún intento de meter la bandera partidaria en una fiesta que nació libre, limpia, familiar.

¿Por qué tiene que haber condiciones para ayudar a una banda que junta a miles de personas? ¿Por qué la política local se empeña en embarrar lo que el pueblo construyó con alegría, cumbia y laburo a pulmón? Es muy triste.

La Furia no pide privilegios; pide no ser usada. Y aunque Feli admite que si aparece el dinero, la fiesta podría hacerse, también repite que “es mucha plata” y que no van a cargar esa responsabilidad sobre las familias. Yo, por mi parte, no quiero hablar de despedidas. Quiero hablar de soluciones. Porque Areco se merece empezar el año como hace catorce veranos: bailando juntos, sin exclusiones, sin condicionamientos y sin que una fiesta popular tenga que rendirle cuentas a ningún poder.

Después de todo, La Furia nació sin permisos ni condiciones: nació porque la gente le puso un sello. Y quizá sea desde ahí -desde ese origen humilde y poderoso-  que pueda seguir creciendo como se merece.

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