Grave pelea a la salida de un boliche gilense: dos pueblos, la misma herida que se repite
¿Qué pasa después del boliche?
La pregunta vuelve a hacerse urgente en la región luego de una violenta pelea entre jóvenes de San Andrés de Giles y Carmen de Areco, registrada este último fin de semana a metros del arroyo Giles. Las imágenes captadas por vecinos muestran una golpiza feroz: patadas, corridas, insultos y un clima que, por momentos, remite a hechos trágicos que van doler para siempre. Tampoco se entiende por qué graban y no separan a los pibes.
Mientras algunos medios regionales ya comparan lo ocurrido con otros episodios que marcaron a la provincia, incluido el caso de Fernando Báez Sosa, lo que emerge con más fuerza es una sensación compartida: parece que no se aprende nada.
La violencia nocturna, un problema que se repite
El episodio comenzó dentro del boliche y continuó afuera, hasta volverse incontrolable.
Junto a la pelea, se sumó otro hecho preocupante: apedrearon un colectivo que trasladaba jóvenes de otras localidades, generando pánico entre quienes volvían a sus casas después de una noche de baile.
Las preguntas vuelven como un eco que se repite desde hace años:
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¿Quién cuida a los jóvenes entre la salida del boliche y la llegada a sus casas?
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¿Qué responsabilidad tienen los adultos, los espacios nocturnos, las autoridades, las familias?
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¿Por qué la diversión de un fin de semana termina convertida en un campo de batalla?
Giles y Carmen: pueblos hermanos…
Entre los protagonistas de la pelea había jóvenes de San Andrés de Giles y Carmen de Areco, dos pueblos atravesados por una relación compleja: cercanía geográfica, vínculos familiares, amistades cruzadas… y al mismo tiempo una rivalidad que desde hace años se cuela en el fútbol, en la noche y en las redes.
Una rivalidad que, cuando se mezcla con alcohol, falta de límites, euforia juvenil y la cultura del “aguante”, puede terminar en violencia real.
Porque no es la primera vez.
Porque no es un hecho aislado.
Porque la bronca entre bandos -aunque a veces parezca inofensiva- puede escalar hasta volverse peligrosa.
Después de Báez Sosa, ¿cómo seguimos permitiendo esto?
El país entero lloró el asesinato de Fernando Báez Sosa y juró que no volvería a repetirse.
Juramos como comunidad, como sociedad y como Estado.
Pero cuando uno mira videos como los del fin de semana en Giles, la pregunta es inevitable:
¿Dónde quedó esa promesa?
No estamos hablando de un homicidio. No estamos hablando de un hecho consumado.
Pero las imágenes duelen, porque muestran exactamente lo que Fernando no pudo esquivar:
una patada en la cabeza, una multitud que no interviene, un instante donde la violencia reemplaza cualquier código.
¿Qué pasaba si la patada caía peor?
¿Qué pasaba si alguien quedaba inconsciente sobre el asfalto?
¿Cuántas veces más vamos a decir “por suerte no pasó a mayores” como si eso alcanzara?
Responsabilidades compartidas que nadie quiere asumir
La violencia nocturna no es culpa de un solo actor. Requiere asumir varias verdades incómodas:
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Los boliches deben garantizar seguridad real dentro y fuera del predio.
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Las familias necesitan estar presentes antes y después de la salida.
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Las autoridades deben controlar, prevenir y reaccionar con firmeza.
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Los jóvenes necesitan límites, acompañamiento y espacios donde el respeto no sea opcional.
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La comunidad tiene que dejar de naturalizar estas situaciones como parte del “folclore de la noche”.
Porque cada video de violencia es un recordatorio de lo frágil que es la línea entre una pelea y una tragedia.
Una región que se mira al espejo
Los hechos del fin de semana deberían servir para algo más que para indignarse en redes.
Deberían iniciar una conversación profunda en Giles, Carmen y toda la zona:
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¿Qué modelo de diversión les estamos ofreciendo a nuestros jóvenes?
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¿Quién se hace cargo de la seguridad al finalizar la noche?
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¿Qué políticas locales existen para la prevención de violencias juveniles?
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¿Qué hacemos, concretamente, para que esto no vuelva a pasar?
Porque dos pueblos que comparten historia, caminos, vínculos y futuro, no pueden permitirse disputas que terminen en violencia física.
Basta de jugar con fuego
La madrugada del fin de semana dejó una advertencia clara: si seguimos mirando hacia otro lado, un día de estos vamos a lamentar lo que pudo evitarse.
La violencia entre jóvenes no nace de la nada: crece en silencios, complicidades, permisividades y rivalidades mal entendidas.
Y después de Báez Sosa, después de tantas vidas marcadas por golpes que no debieron existir, no podemos seguir aceptando que las peleas sean parte del paisaje nocturno.
No ahora.
No acá.
No entre nosotros.





